Pasaron los años y Camilo siguió
haciendo lo mismo: robando libros de la biblioteca y vendiéndoselos a Rafael
por botellas de aguardiente y dándole esas botellas a su padre, que siguió
diciéndole lo mismo: que sino le conseguía el aguardiente le daría una paliza y
no dormiría en casa. Y cuando no conseguía encontrar un buen libro le intentaba
robar las botellas de aguardiente. Seguía siendo ayudado por su inseparable
amigo Andrés. Lo que hacían para robarle las botellas de aguardiente era muy
sencillo para ellos: Andrés distraía a Rafael y lo sacaba del bar, mientras
Camilo entraba al bar y le robaba tres o cuatro botellas. El hermano de Camilo
también ayudaba a su hermano mayor y su amigo.
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